Y ahí estaba yo. Abrumada por esa hora y media llena reproches. Encerrada, junto con otras cincuenta personas, dentro de un elevador, que se había atascado en un quinto piso, sin la esperanza de salir con vida. Y así fue. Nadie salió con vida. La pareja de la obra de teatro murió, cuando se notaron imperfectos e infelices. La idealización había terminado con su relación y, quizás, con la pareja que, sentados frente a mí, se susurraban enfurecidos. Con decirles que ambos terminaron mentándose la madre, y saliendo por puertas distintas, en ese preciso momento en que Amanda, personaje de la puesta en escena, le gritaba a Ricardo, que ya no quería seguir encerrada con él, que prefería la muerte.